lunes, 1 de octubre de 2018

HEMÓPTISIS 3: CUANDO ERA PEQUEÑO...

Cuando era pequeño solía ser muy rebelde, siempre pedía cosas (juguetes, tebeos, dulces...) y llegaba al pataleo, en ocasiones iracundo, con tal de conseguir mis infantiles anhelos.

Mis padres me decían aquello de "...si en lugar de gastar energías para pedir tonterías, lo hicieras para estudiar o para pedir cosas importantes, serías un crío fenomenal..."

Pero claro, era un niño, repleto de emociones, de sueños, de fantasías y carente de cualquier atisbo de razón, como cualquier otro semejante de mi edad. No pensaba en los demás, quería aquel juguete para mi goce, anhelaba aquella tarde en el parque de atracciones sin pensar en que mis progenitores, después de soltar un dineral para entrar, estarían más aburridos que un regimiento de ostras. Era yo, mi mundo, mi parcela, no había capacidad de reflexión, ni de solidaridad, ni de empatía.

Pero claro, era un niño y aunque mis padres me dieron una educación repleta de altos valores que acabaron abriéndome la mente, a los cuatro o cinco años no cavilaba ante nada, no pensaba en las consecuencias que mis pataletas producían en los demás, ni mucho menos me paraba a pensar en qué otras cosas eran esas tan "importantes" que mis padres me mencionaban en las reprimendas. Obviamente, a esa edad es muy complicado sacar la razón y pedir cosas para el bien común de todos sin distinción, sin egoísmo, sin pensar sólo en mi, sin poner por delante mis sentimientos. Era literalmente imposible que, a los cuatro o cinco años me diera cuenta de que con los sentimientos no se va a ninguna parte, más al contrario, lo que provocas es que otros sentimientos se despierten en tu contra y se produzca el enfrentamiento, tan imposible como intentar aplicar el razonamiento.

Pero claro, era un niño...

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